Aquél día lluvioso, sin
planearlo, tuvo el valor de mirarle de frente mientras intercambiaban no más de
diez palabras en aquella cafetería, en medio de tanta gente. Quizás fue eso, la
gente, lo que le quitó un poco de cobardía para poder acercarse y preguntar.
Y fue ahí, cuando al mirar
aquellos ojos marrones lo supo todo.
Quizás muchas veces antes las evidencias la llevaban siempre a la misma
conclusión, pero esta ocasión fue distinta. Fue como si el cerebro y el corazón
se hubieran puesto de acuerdo por primera vez y entendieran al fin lo que
significaba aquella mirada que no mostraba ningún interés por la chica que
estaba en frente y que al contrario, intentaba disimular que mostraba todo el
interés del mundo
Esa era la realidad. Nada, ni una
minúscula parte de aquél rostro, de aquella cabellera, de aquellas manos, de
aquél corazón, de aquél ser, llegarían a pertenecerle algún día. Nunca. Jamás de los jamases. Esa era la
realidad. Una realidad que ella siempre había conocido, pero que por razones
que aunque quisiera no podía controlar, se negaba a aceptar del todo con la
estúpida excusa de que la esperanza es lo
último que muere.
Pero eso fue precisamente
lo que ocurrió ese día: la esperanza había muerto, se había apagado, se había extinguido
completamente. Aún le sonreía cada vez que se cruzaba en su camino, pero ya no
era la misma sonrisa entusiasta que siempre le mostraba, esta era diferente,
era triste y resignada…
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