En la escuela me cruzaba
muchas veces con aquél chico. No nos hablábamos, no nos saludábamos, es más,
creo que ni siquiera nos volteábamos a ver. Yo no lo hacía porque tenía la idea
de que él tenía que acercarme a mí, se supone que yo le gustaba, así que para
mí eso era una razón suficiente para que él fuera quien tomara la iniciativa,
claro, si es que eso era lo que quería.
Nadie en casa se dio cuenta de
los chocolates, en primera porque sólo eran tres los que habían sobrevivido en
la escuela y en segunda porque me los acabé rápido. De la rosa si no estoy
segura, al menos con mi hermano, porque aunque no la haya mencionado en ningún
momento, él no era tonto, y aún por más despistado que fuera, no pudo no
haberla visto. ¿Cómo no verla? Era
hermosa, roja, brillante. Era una de esas rosas que desearías que jamás se
marchitara. Siempre había preferido las rosas blancas, pero no podía negarme a
la belleza de esta. Por eso, lo que hacía era apreciarla a cada rato, cada que
podía. Cuando estaba en mi habitación la observaba fijamente y siempre me
acordaba de ese chico. Y bueno, creo que el objetivo de aquella flor se había
logrado, pensaba en él, no de la manera en que parece que él deseaba, pero
pensaba en él, así nada más, como un pequeño recuerdo, un pequeño recuerdo que ahora sé, sólo fue el principio de la historia…
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