Ella siempre le cuenta. Ella siempre le escucha. Le
escucha hablar de que si sus ojos, que esa forma de mirar tan cautivadora la
envuelve en locura, que si sus labios. Le escucha hablar de que si su pelo es
así, que se muere cuando ve sus ojos brillantes y su sonrisa picarona, que si
su nariz es así, que tiene unas
divertidas mejillas rosadas y que, cuando le saluda, su pulso se acelera
hasta alcanzar velocidades insospechadas.
Ella siempre le escucha, atenta,
fascinada.
–Creo que si sientes todo eso por él,
deberías luchar por ello.
Y
entonces ella se queda muda. No tiene ninguna objeción, sabe que su amiga tiene
razón, pero no sabe cómo luchar.
Ella
siempre le escribe secretamente. Ella
siempre lo lee todo. Que si ayer por la noche se apareció en sus sueños,
que si le temblaron las piernas cuando lo tuve de frente, que si le alegró el
día cuando le saludó, que si nunca le había visto tan guapo como aquél día.
Ella siempre lee, atenta, fascinada.
–Sería maravilloso que él leyera todo
lo que le escribes.
Y
ella vuelve a quedarse muda. Le mira sorprendida y después lanza una carcajada.
–Estás
loca
–No
–le contesta entonces, seria–, sabes que tengo razón.
Y
ella cambia el tema inmediatamente. No tiene ninguna objeción, sabe que su
amiga tiene razón, pero sabe también que no tiene el valor suficiente para
hacer esa clase de locura…
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