Estaba loca, joder, estaba loca. Tenía en su cabeza una locura preciosa. ¿Cómo no iba a perder la puta razón por ella? (Elvira Sastre)

Apr 22, 2013

Amor intermitente

Me cruzo de piernas sobre la cama y decido escribirte. Afuera el viento hace bailar los árboles de mi patio y arrastra todo objeto frágil que se cruce en su camino. Mi amor por ti sigue aquí, sólo que no sé dónde lo he dejado. Por un momento pienso que ha sido el viento quien lo ha arrastrado por toda la casa y lo ha escondido de mí.
No logro escribirte nada, es uno de esos momentos en los que ese amor se niega a aparecer, pero sé que está cerca, sé que sigue aquí dentro, porque lo siento, siento su presencia, pero no puedo reflejarlo para dedicarte una más de mis poesías.
A veces se aleja de mí tantos días que empiezo a creer que te he dejado de querer, pero cuando menos lo espero, regresa, me eriza la piel, me acelera el pulso y me desconcentra.
Así es siempre. Días como hoy en que le echo de menos no está conmigo, y días en los que creo que por fin me ha abandonado, vuelve sin motivos. Comienzo a ver este amor como un círculo vicioso, que se va y siempre me encuentra en el mismo lugar, sólo que cada vez más cansada, más acabada, más sin saber por qué, ni cómo, ni hasta cuándo…

Apr 11, 2013

El color de las jacarandas

Verán, en cuanto los vi por la ventana del autobús en el que viajaba, me hipnotizaron. Mirar por la ventana y apreciar el horizonte hace placenteros los viajes. Fue así como los vi, y fue así como quise saber enseguida cómo se llamaban. Pregunté a las personas y nadie supo responderme. Y me sentí triste, no sé si su desinterés se debía a la costumbre de verlos todos los días o es que definitivamente la gente no sabe apreciar la naturaleza que les rodea; pero algunos intentos más tarde supe sus nombres: jacarandas. Aquellos árboles inmensos de flores moradas se llamaban jacarandas y quedé perdidamente enamorada de su belleza y de cómo hacían lucir la ciudad.
Ahora sólo quiero una cosa: una jacaranda. Un enorme árbol de jacarandas que alegre mis ojos al despertar cada mañana y coloree mis días grises así como coloreaban el gris monótono y aburrido de los edificios de aquella ciudad. Una jacaranda en el patio de mi casa, cerca de mi ventana, donde sea, pero que sea una jacaranda, por favor.