Estaba loca, joder, estaba loca. Tenía en su cabeza una locura preciosa. ¿Cómo no iba a perder la puta razón por ella? (Elvira Sastre)

Feb 22, 2012

Soñé que me querías

Estabas ahí, tan guapo como siempre, en un lugar fuera de lo común para encontrarnos. No me saludaste, pero yo sí, con un “hola, qué haces aquí” demasiado tembloroso. Ya sabes, no podía esperarse otra cosa de mí. Sonreíste cómo si surgiera una infinita alegría en ti por verme, pero sé que en mi realidad no es así…
Metiste tu mano en el bolsillo derecho de tu pantalón y dijiste que ahora que lo recordabas, tenías algo para mí. Sacaste un CD y me lo acercaste. Yo lo tomé atónita y no supe que decir. Siempre he sabido que no sé cómo comportarme en la mayor parte de las cosas. Pero en fin. Me dijiste que ese obsequio era lo que tiempo atrás me habías prometido una vez. Un CD con tus canciones preferidas, lo que me permitiría conocerte un poco más, como deseaba. Me sentí muy feliz y te di las gracias.
Pero sin saber cómo, te cuestioné si sabías de antemano que te ibas a encontrar conmigo, pues era muy extraño que trajeras contigo ese disco. No respondiste, creo que te incomodé, y cómo no, fue una mala jugada mía. Pero creo que los dos sabemos que en la vida real soy demasiado tímida como para decirte algo así. De igual manera, lo siento.
Hablamos mientras caminábamos por lo que al parecer era un estacionamiento.
−Lo que dije en el mensaje que te dejé, es cierto –susurraste.
No contesté nada porque no tenía idea de lo que estabas hablando, y es que si me habías dejado un mensaje como decías, no lo había revisado. Pero fingí entenderte para que continuaras. Y lo hiciste.
−Es que no he podido dejar de pensar en ti…
Me miraste esperando que algo saliera de mis labios, pero seguí igual. Te mostraste desesperado y después algo enfadado contigo mismo. Creo que pensaste que ya era demasiado tarde, que no servía de nada lo que ahora sentías hacía mí porque yo, al parecer, ya no sentía nada por ti. Pero no, yo no podía decir nada. Era como si por un momento hubiera dejado de percibir todo tipo de sentimiento y emoción.
Me tomaste de la mano y me llevaste a algo así como una cafetería al aire libre. Nos sentamos, frente a frente. No dejaba de admirar cada una de las facciones de tu rostro y la intensidad del marrón de tus ojos, cuando tomaste mis manos entre las tuyas y me sacaste de ese trance en el que me encontraba desde hacía ya un rato.
Percibí que alrededor nuestro había un par de personas conversando en las mesas del lugar, pero había en especial, frente a nosotros, un grupo de amigos que no paraba de reír. Y entre esos estaban dos chicos que yo conocía.
Te levantaste mencionando que estabas dispuesto a hacer lo que sea por mí. Te paraste al lado mío y enseguida reinó un silencio total. Te veías tan afligido que captabas la atención de todos. Me sentí en una de esas películas en las que el chico se arrodilla para pedirle a la chica que sea su esposa en un restaurante lujoso, y todos alrededor miran expectantes para aplaudir cuando ella contesta que sí. Yo no tenía idea de lo que tú ibas a hacer, pero no voy a negar que la situación era muy semejante.
−¿Quieres…
Me mordí los labios. Ahora sí creía saber lo que estabas a punto de hacer. Pero bajaste el rostro. Respiraste hondo y me miraste de nuevo. Y por fin, salieron de tus suaves labios aquella frase con la que soñé cada noche de aquellos doscientos setenta y nueve días en los que estuve enamorada de ti.
De nuevo, no contesté, pero no porque no supiera que decir o me encontrara demasiado emocionada para hablar. No. Yo estaba no segura, sino lo que le sigue, de que por supuesto que quería ser tu novia. Pero había algo que no me dejaba emitir palabra alguna. Como si me hubiera quedado sin voz.
Tú estabas abrumado, casi como si fueras a llorar. Yo quería gritarte que sí, que aceptaba, pero no podía. Y comencé a desesperarme. Lo que menos quería era que creyeras que mi respuesta era un NO.
Miré hacia la mesa donde estaban los chicos que conocía. Uno de ellos se mostraba enfurecido. Le escuché maldecir y alzar la voz con un “¡no!, es que yo la quiero”. Y me sentí mal. Miré al otro. Me sonrió con esa sonrisa suya que yo conocía a la perfección. Y fue diferente. No sentí absolutamente nada. Su sonrisa ya no había logrado encantar a mi corazón. Ya no sentía nada.
Quería estar contigo, tú estabas frente a mí y me querías, eso era lo único que importaba.
Me volví hacia ti, levanté suavemente tu rostro con mi mano y te sonreí. Y no, no hizo falta decir nada, tú entendiste perfectamente bien cuál era mi respuesta…
                                                     
Después de un largo periodo de tiempo y de tantas convicciones de que lo que alguna vez sentí hacia ti, y que plasmé en miles de palabras, se había esfumado definitivamente, volví a soñar contigo.


Feb 16, 2012

Por una flor amarilla

Hoy, cuando estaba de camino a casa inmersa en mis pensamientos, me he encontrado rodeada de miles de flores amarillas. En un principio me porté indiferente, pero unos pasos más adelante me he detenido y cortado una de ellas.
La observé detenidamente y comencé a arrancar con delicadeza cada uno de sus vistosos pétalos, mientras repetía en mi mente “me quiere, no me quiere”.
No sé por qué lo he hecho, después de todo sólo es algo que nos cuentan cuando estamos en nuestra infancia para darnos más ilusiones. Pero es que he sentido la necesidad de hacerlo…
Sí, la flor dijo que sí, y por eso no he podido evitar sonreír.
Claro que sé que no es cierto, que no me quieres, y probablemente ni me querrás, pero mi día había estado cubierto de un gris tan espeso, incluso para tu sonrisa resplandeciente, que la simple idea, por más falsa que fuera, resultaba grandiosa…
Y en realidad, creo que esa fue la razón que me llevó a cometer tal acto: volver a sentirme yo en aquel día tan monótono; todo miedo, todo dudas, todo sentimiento, toda ilusión. Como siempre he sido.
¿Quién cuestiona a una flor sin ilusión?