La tormenta llegó. Los truenos se escucharon cada vez con más intensidad y los relámpagos iluminaron hasta el rincón más oscuro del lugar. Las gotas de lluvia comenzaron a rodar por el techo de mi casa. Una noche perfecta para acostarse en la cama, acurrucarse con las cobijas y dormir profundamente…
Pero un pensamiento invadió mi mente y me inquietó. Me levanté veloz y corrí hacia la cocina. Busqué desesperada las llaves de la entrada, y abrí la puerta. Y él estaba ahí. Me miró y lo miré. Y me di cuenta de mi error. No eras tú. El cielo se caía y él estaba tranquilo, sin ningún tipo de temor.
De igual manera le pedí que se metiera a la casa, lo lleve hasta mi habitación y lo deje que se recostara conmigo. Quise fingir que tú te encontrabas allí, conmigo, en aquella noche lluviosa. Quise fingir que te protegía, como siempre, acariciándote suavemente y abrazándote con fuerza cada vez que un estruendo retumbaba y una brillante luz iluminaba el cielo por completo. Quería sentir que al protegerlo a él, te protegía a ti, como antes, como cuando estabas aquí.
Y es que precisamente esta noche te he extrañado más que nunca. Precisamente esta noche mi corazón no deja de recordarte y mis lagrimas no dejan de empapar mi almohada.
Siete meses desde tu partida se me han pasado volando. Y aunque él haya llegado al poco tiempo de que te fuiste, no te he olvidado ni por un segundo. Por supuesto que no. Él llegó a mi vida y no te voy a mentir, fue demasiado fácil comenzar a quererle. Él ha traído de vuelta a casa un poco de esa felicidad que se perdió cuando tú te marchaste.
Pero tú siempre serás irremplazable. Yo no te olvido nunca, y nunca lo haré…