Colecciono cosas.
Colecciono pulseras, colecciono recuerdos, colecciono fotos, colecciono
momentos, colecciono canciones, colecciono gorros para el frío, colecciono días de lluvia, colecciono cuentos,
colecciono historias, colecciono hojas de cuadernos con conversaciones a mitad de una clase. Pero en especial, colecciono cartas. Cartas de ella, cartas de él, cartas de mis
amigos, cartas de amor, cartas de mi padre, cartas dirigidas a mí misma, cartas
que nunca entregué, cartas. Tengo una caja repleta de ellas.
En un día cualquiera,
lluvioso, soleado, alegre, aburrido, comienzo
a extrañar. Y entonces miro la caja y busco esas cartas, y las leo, y
sonrío, incluso lloro. Cada carta tiene lo suyo, sentimientos, te quieros,
reproches, secretos, lágrimas, sonrisas… pero todas traen consigo recuerdos. Recuerdos bonitos, recuerdos
que no lo son tanto, pero a fin de cuentas, recuerdos. Recuerdos que no
cambiaría por nada del mundo, por nada de nada. Son la más valiosa de mis colecciones.