Un día, un pequeño
perrito llegó a mi vida. Era de una tía, pero como se estaba mudando de casa
decidió dejarlo en manos de mi familia porque no podía llevárselo con ella. Yo,
por supuesto, lo recibí encantada. Ya saben, nunca puedo decirle que no a un
perro. Era un labrador y se llamaba Coffee, un nombre muy acorde a su color. Pero
solo estuvo dos semanas en casa. Mamá dijo que ya había demasiadas mascotas en
casa que alimentar, así que decidió dárselo a una amiga. Lo asombroso es que él nunca se olvidó de mí, como yo pensaba. Cada
tarde que iba a practicar béisbol al campo, él llegaba y corría hacia mí, y
saltaba a mi alrededor y se paraba en dos patas y me daba un enorme abrazo. Mamá siempre se enojaba, decía que me
ensuciaba la ropa, pero a mí eso nunca me ha importado.
Pero un día, Coffee
desapareció. La amiga de mi madre dijo que una noche, asustado por el ruido de
los juegos pirotécnicos de las fiestas del pueblo, rompió la cerca y escapó, y
ya no regresó. Él era vago, pero siempre regresaba a casa, así que deducimos
que algo le había pasado, que alguien se lo había robado.
Pasaron un par de
semanas, y nunca supimos nada de él. Nos hicimos a la idea de que no
volveríamos a verlo, incluso la amiga de mi madre se hizo de otro perro. Pero Coffee apareció. Mamá lo vio
vagando por las calles del pueblo vecino. Dice que le habló y que él la
reconoció, pero cuando ella quiso tocarlo, el se alejó llorando. Dice que
seguramente, la gente que se lo robó lo maltrataba. Así que planeamos
rescatarlo. Una tarde fueron en su búsqueda, y lo trajeron de vuelta. Yo estaba
en mi entrenamiento de béisbol como todas las tardes, cuando vi su cabeza
asomada por la ventana del coche de mi mamá. Me emocioné. Deje lo que estaba
haciendo y corrí a su encuentro. Él se bajó del coche y comenzó a agitar la cola.
Me hinqué y lo abracé. Y lloré mientras él me lamía por todas partes. Después
lo dejé ser libre. Dejé que corriera por todo el campo. Y lloré más. Lloraba de felicidad. Reencontrarse con aquél ser vivo que creíste
nunca jamás volver a ver, es una de las mejores sensaciones del mundo. Lloraba de felicidad, porque aunque yo no sea su dueña, aunque él
no viva conmigo, le había echado mucho de menos. Y le amo.