Hoy he llegado temprano a la
escuela, sólo unos cuantos minutos antes de la hora de entrada. La he librado.
No soy una más de los que se quedan fuera de la clase. Me siento en mi lugar y
pongo la música en mis oídos a todo volumen. Eso es. Escapar de la realidad por
unos instantes. Quisiera hacerle caso a ella y no tener esta cara ni este
humor, pero ya no soy tan buena fingiendo
que me encuentro bien cuando me está llevando el carajo. Aunque igual lo
sigo intentando.
Quiero ignorar todo, pero
la herida empieza a dolerme. La herida que me gané en la mañana por no fijarme
por dónde camino. ¡Qué estúpida! Pero no me da vergüenza, al contrario, me da
risa. ¿Qué más me queda por hacer si no
es reírme de mi torpeza? Mis compañeros me miran extraño. Supongo que no es
normal que alguien muestra tanta alegría a esas horas de la mañana. Dicen que
seguro me he drogado y comienzan a reírse conmigo.
Poco a poco empieza a
llegar más gente. Charlo un rato con algunos, escucho música, y nada. No sé
cuánto tiempo ha pasado, pero parece mucho. Me fijo en la hora y me doy cuenta
de que ya es demasiado tarde: el maestro no llegará. Perfecto. A pesar de mi
gusto por ella, no tenía ganas de empezar mi día tratando de hacer que los
elementos del lazo izquierdo de la reacción química sean los mismos que los
elementos resultantes del lado derecho. Tampoco tengo ganas de pensar.
Hoy el sol se ha quedado
oculto detrás de las inmensas nubes grises y el viento frío hace bailar los
árboles de la ciudad. Pero no tengo ganas de nada, ni siquiera de salir a las
calles y disfrutar de este clima tan delicioso, pero si no encuentro la manera
de arreglar las cosas seguiré sintiéndome perdida.
“Me gustaría que no definiera mi estado
de ánimo ni el color de mis días, pero no puedo. No puedo negar lo que ya es un
hecho, no puedo revertir lo que ya es irreversible.”