Por fin, las nubes han teñido
completamente de gris el cielo. Por fin la lluvia se ha hecho presente y ha
invadido mis pulmones. Lluvia.
Lluvia que se impone al calor y anuncia la próxima llegada del otoño.
Saqué de mi armario mi gorro
morado para el frío y le quité el polvo. Tomé el paraguas solo para que mamá no
me regañara aunque únicamente caía una pequeña brisa, y decidí salir. Me fui a
caminar por las calles y a saludar a los charcos. Me fui a respirar el olor a
tierra mojada, a sentirme yo por un momento.
Las gotas de lluvia comenzaron a
caer intensamente, y de repente, sonreí. No podía haber otro momento más
oportuno, tenía que ser ahora. Tomé el paraguas con fuerza con mi mano derecha y
con la otra me sostuve de un asta. Y comencé a girar y a girar, y a cantar con
el alma I’m siiiiiinging in the raaaain…
Ahí estaba yo, sintiéndome
extrañamente feliz en un lunes que normalmente resulta odioso. Y es que no
podía haber sido de otra manera. Por un momento me olvidé de todo y de todos, incluso de ti. Borré el vacío en el
estómago que aún sentía desde ayer. Borré todo rastro de dolor que tu
indiferencia había dejado en mis entrañas. Y quise deshacerme también de las
futuras reservas de ilusiones y sonrisas tontas que sabía que surgirían de
inmediato cuando me saludaras solo por cordialidad o cuando creyera estúpidamente
que por un momento me he cruzado en tus ojos, pero no tuve éxito. Aunque
asegurara que no me comportaría como niña tonta ante tu presencia, siempre
resulto ser inestablemente inestable.
Pero dio igual, porque la lluvia estaba ahí, conmigo, lavándote
fuera de mi pelo y fuera de mi mente…
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