Ahí estaba yo. Sentada en aquellas
escaleras del edificio con la música en mis oídos a todo volumen, intentando
desviar un poco los miles de pensamientos que invadían mi cabeza.
Y él apareció. Y bajé la mirada para no
ver nada más que sus zapatos pisando lentamente cada escalón cuesta abajo.
Pero, ¿cuándo fue la última vez que había
visto su rostro? No logré recordarlo, así que sin más, me armé de valor y
decidí verle completamente. Y le vi.
Nuestros ojos se cruzaron, me saludó y
me sonrió. Me sonrío como hacía mucho que no lo hacía.
¿Y
qué creen que pasó después? Pues
el cosquilleo, las mariposas en el estómago volvieron…
Apreté los labios y deseé con todas mis fuerzas
que se marcharan pronto. Su gesto alegraba mi día, pero al mismo tiempo me
hacía retroceder en aquel inmenso camino hacia el olvido.
Es
que si me miras, y más aún, si me sonríes, pierdo un segundo de valor…
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