Aquellas mejillas resultaban tan
atractivas que ya no podía resistirse más a la idea de besarlas, besarlas
tiernamente por mero gusto y no como parte de un saludo cordial. Pero ¿cómo
conseguirlo? En primera, debía encontrar la manera de estar lo suficientemente
cerca de él para poder estirarse y besarle. En segunda, no tendría que haber
tanta gente cerca, o de lo contrario, jamás tendría el valor. Y en tercera,
¿qué diría ella cuando él la mirara asombrado y preguntara por qué? ¿Sería
adecuado quedarse callada, sonreírle amistosamente y continuar como si nada?
¿Podría soportar tanto nerviosismo? ¿De verdad podría soportarlo?
Sacudió la cabeza. Basta ya de pensar, se dijo a sí misma.
Pensar no ayudaba en nada, al contrario, la acobardaba más. Mejor sólo hacerlo
y ya. Acercársele, posar los labios en aquellas mejillas rosadas, y listo. Qué importaba
lo que pudiera ocurrir después.
Locura. Debía empaparse de esa locura de
siempre que se adueña de su cuerpo y le permite atreverse a hacer cosas que
normalmente no se atreve a hacer. Sí, eso era, necesitaba un poco de locura.
Además, si al hacerlo él llegaba a preguntar ¿por qué?, ella podría contestar:
−Porque
mi locura me obligó a hacerlo.
Y eso sería todo. Él entendería.
Porque él había sido la razón de aquello que fue llamado “La última locura”, así que conocía de pies a cabeza lo que esa
respuesta significaba, no habría
nada que explicarle.
Ella soñaba con sus labios en su mejilla, lo había soñado desde siempre, ya era hora de hacerlo realidad. Así que, se dejó de prejuicios, se levantó del suelo y caminó con los ojos fijos en una sola dirección…
Ella soñaba con sus labios en su mejilla, lo había soñado desde siempre, ya era hora de hacerlo realidad. Así que, se dejó de prejuicios, se levantó del suelo y caminó con los ojos fijos en una sola dirección…
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