Estaba loca, joder, estaba loca. Tenía en su cabeza una locura preciosa. ¿Cómo no iba a perder la puta razón por ella? (Elvira Sastre)

Mar 28, 2012

Dicen que recordar es volver a vivir

−En verdad sería maravilloso estar de nuevo contigo. Pero si eso llegara a pasar, no quisiera que fuera como amigos ni como novios… pero sería mucho pedir.
−Entonces, ¿cómo qué?
−Como para pasar contigo el resto de mi vida…
Repentinamente, la chica sonrió. Era imposible no hacerlo al recordar aquellas palabras del chico que, a pesar del tiempo, aún ocupaba su corazón.
Miró el reloj, 15 minutos más y sería la hora de marcharse de esas cuatro paredes. El maestro hablaba y hablaba, pero ella no tenía deseos de prestarle atención. Clase de historia… del asco. Además, aunque lo intentase, no podría, no después de esa conversación especial que tuvo la noche lluviosa de ayer.
Así que, entonces, decidió volver a hundirse en su mar de recuerdos…
−Pero, de acuerdo a como estén las cosas, ¿harías algo por al menos reencontrarnos?
−Linda, no puedo prometerte nada ahora porque, por lo mismo, no sé cómo vayan a estar las cosas. Pero lo que más yo quisiera es estar contigo ahora, sin nada de problemas, sin nada que nos haga decir ni pensar cosas que no sentimos, ¡porque quiero estar contigo!, te amo, y no lo digo porque me gustes, sino porque eres alguien que estuvo realmente en mi corazón y nunca va a salir de él…
−Guau, ¿cómo lo haces?                  
−¿Hacer qué?
−Causar tantas cosas en mí, hacerme sonreír de pronto, hacerme sentir millones de sensaciones a la vez.
−No lo sé, tal vez porque lo que siento por ti es real…
Alguien le tocó el hombro y regresó a la realidad. Su amiga le preguntó si entendía algo, y ella, penosamente, tuvo que contestarle que no, que ni siquiera estaba poniendo atención.
Se volvió hacia el frente y miró el pizarrón. El maestro había escrito algo. Una palabra demasiado desagradable: Tarea. Pero viéndole el lado bueno, aquellas cinco letras indicaban que había llegado el fin de la clase, y, según la hora, del día escolar también.
Cruzó el portón y salió, por fin, del edificio. Él estaba ahí, afuera, sentado en la banqueta. Se quedó quieta. No podía creerlo…
La vio y, entonces, le sonrió, y el pánico que la había invadido hace unos instantes, desapareció. Se saludaron, y, ya que había un largo camino que recorrer hasta la terminal de autobuses [donde ella se embarcaba a casa], decidieron, enseguida, comenzar a caminar.
Hablaron y hablaron de un sinfín de cosas, nada en especial. Pero al acercarse a aquél pequeño parque, él tocó el tema de estar juntos. Le repitió las mismas palabras de la noche anterior. Y le juró que no mentía.
La chica estaba nerviosa y confundida a la vez, pero le creía. Podía ver en sus ojos que él era sincero. Sintió deseos de besarlo, ahí, en medio de la calle. Pero no, no podía. No debía. No era lo correcto.
Él se despidió diciendo que no le quitaba más tiempo y le preguntó si podría ir a verla a la escuela ahora que saliera de vacaciones en la suya. Ella le dijo que sí enseguida, pero después dudó si sería buena idea. No, no lo era. Hacía poco tiempo que habían terminado. No era conveniente que se vieran tanto. No si lo que se supone que debían hacer era olvidarse y ser nada más que amigos.
Pero no tenía el valor para decirle que mejor no, así que decidió evadir la situación e irse pronto. Le dijo “adiós” y se hizo a un lado para caminar.
−Al menos un abrazo, ¿no?
Apretó los labios y se volvió a mirarlo. No podía negarse a eso, además, en el fondo, ella también lo deseaba. Así que ya está, se abrazaron.
Regresó a su dirección pero no avanzó. Él no dejaba de mirarla. Le preguntó por qué lo hacía pero no le contestó. Se colocó de nuevo frente a él. No podía irse. Era un trauma que no entendía. Sentía que aún había algo por decir si, después de despedirse, seguían viéndola mientras se marchaba.
Le mencionó eso obligándolo a decirle lo que tenía que decirle. Entonces, él metió las manos en la pequeña mochila que llevaba colgada de lado.
−Es que no sé si dártelo… −susurró.
Enseguida, ella pensó en aquella cadena con el corazón de cristal que le había dado una vez, después de haber discutido por un malentendido. Pero no, no quería que se las devolviera…
−¿Qué es? –preguntó. Pero, obviamente, no le contestó. Sólo le dijo que se lo daría si cerraba los ojos y ponía sus manos adelante con las palmas hacía arriba. La chica le hizo caso, pero tenía miedo.
Y la besó… sin más. Un beso suave, dulce y sincero. Un beso que dice “ojalá pudiéramos estar juntos” y dos mentes que piensan “sabes que eso no cambiaría nada”. Un beso que dice “adiós”. ¿Y después? No dijeron nada. Se abrazaron. Dos pequeñas sonrisas, una última mirada y ella siguió su camino. Diez pasos más adelante se dio la vuelta para verlo una vez más, pero él ya no estaba.
Volvió a su camino y sonrió. Al diablo lo que está bien y lo que está mal. Al diablo lo conveniente y lo no conveniente. Habían pasado seis meses, cuatro semanas y un día exactamente desde la última vez que besó aquellos suaves labios. ¿Cómo no iba a sonreír?

1 comment:

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