Estaba loca, joder, estaba loca. Tenía en su cabeza una locura preciosa. ¿Cómo no iba a perder la puta razón por ella? (Elvira Sastre)

Mar 7, 2012

Porque nos hemos perdido

A veces desearía poder iniciar una pelea con ella.
No, no es que sea esa clase de personas que les gusta estar gritando y peleando siempre, sólo que, no sé, he llegado a pensar que eso podría arreglar las cosas. He presenciado muchas reconciliaciones después de una pelea.
No sé. A veces creo que decirse de frente todo lo que se piensa de uno es bueno. Tal vez después de una riña volvamos a sonreír y a burlarnos de lo tontas que éramos al dejar que las cosas siguieran así.
Sí, eso estaría bien. Que la situación se desestabilizará y se nos saliera de las manos. Comenzar a hablar fuerte. Que las palabras surgieran solas, hablar rápido y sin pensar. Decirle todo lo que me lastima y molesta de ella, y que me dijera todo lo que la lastimo y molesto. Sacar a relucir cosas dolorosas. Insultarnos si fuera necesario. Decirse todo. Y que después llegará el silencio y lo monotonía.
Y de pronto comenzar a hablar de cómo eran las cosas antes. De lo bien que la pasábamos juntas. Hablar de los bonitos recuerdos. Y limpiarse las lágrimas, pedir disculpas, abrazarse y sonreír. Sonreír para siempre…
Porque la situación duele. Porque por mucho que sepamos que nos queremos, hay algo mal. O tal vez no sólo algo, todo está mal. ¿Cómo es posible que de pronto no haya nada de lo que podamos hablar? ¿Cuándo dejamos de contarnos nuestras vidas?
Es que es como si miráramos a cualquier lado con tal de no cruzar nuestras miradas. Pero sólo por un minúsculo instante, porque, irremediablemente, nuestros ojos se cruzan. Dos miradas que se encuentran durante no más de tres segundos. Y no decimos nada. Es como si no supiéramos nada la una de la otra ni tuviéramos curiosidad por saber. Quizá es que un día compartimos tanto que no hay nada nuevo que saber, quizá es que nos conocemos demasiado bien que creemos que no vale la pena saber más.
Y no sé si será mi idea o de verdad una ligera nostalgia fluye en el ambiente cuando por accidente nos rozamos. Pero nada más, porque la situación no mejora.
Hace unos años atrás, gané una amiga. No en un juego, no en una apuesta. Gané una amiga cuando se atrevió a hablarme de su pasado. Cuando me habló de aquella situación de la que al parecer todos sabían, excepto yo. No sé, nunca me doy cuenta de las cosas enseguida. Creo que a veces me pasó de despistada. Y tampoco nunca se me ha dado eso de ser chismosa, de querer que me cuenten todo. Creo que esa es una de las cosas que me gusta de mí, que sé respetar los espacios de los demás.
Pero esta vez creo que me excedí demasiado. Me he alejado demasiado de su espacio. No sé nada de ella, no sé nada de su vida. No sé si sigue siendo la misma de antes o ha cambiado.
Tal vez no soy yo la que se ha alejado de su espacio. Tal vez, tristemente, ya no existe un lugar para mí en él.
La indiferencia duele. Los silencios eternos duelen. Los te veo pero no te hablo ni te sonrío me lastiman. Y me lastiman también saber que ya no tengo esa capacidad para hacerla feliz aunque sea por una rato. Que no puedo hacerla reír a carcajadas… como lo hacen ellas.
Aunque me duela darme cuenta de que simplemente parezco no encajar en su mundo, prefiero eso, prefiero que esté con ellas. Porque la veo alegre con su compañía, y siento que mi presencia abruma su felicidad.
¿Alguna vez han llorado de tristeza al ver a alguien feliz? Yo, nunca, y la verdad es que no creía que eso fuera posible… hasta que lo viví. Hasta que ese día no pude contener las lágrimas al ver cómo sonreía y disfrutaba de la compañía de sus nuevas amigas.
Es la realidad, no hay más… ella está mejor sin mí.


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