Así que la pequeña
me vio desde lo lejos, gritó mi nombre y comenzó a correr hacía mí. Me percaté
enseguida de su grito y la miré sonriente. Me puse de rodillas en el suelo y
extendí los brazos esperándola. No recordaba hace cuánto que no nos veíamos,
pero la echaba mucho de menos. Mi corazón palpitaba cada vez más a medida que
ella se acercaba, y así estuve, mirándole correr en mi dirección sin poder
contener la enorme sonrisa en su rostro. Imaginé su cabello envolviendo mi
cara, su pequeño y delgado cuerpecito que la hacía parecer tan frágil… pero
ella no llegó nunca a mis brazos. En el camino, tropezó con una piedra y cayó
al suelo. Mi alegría se transformó inmediatamente en terror. Comenzó a lanzar
gritos de dolor, y me quedé petrificada por unos segundos. Reaccioné en cuanto
la imagen de su madre consolándola en sus brazos llegó a mi cerebro. Me levanté
veloz y corrí a su encuentro. Acaricié su cabeza, pero solo provoqué que su
llanto se hiciera más fuerte. Me sentía
del carajo. Lo único que yo quería era abrazarla, cargarla y dar vueltas y
vueltas, pero mi estúpida idea sólo había causado lastimarla.
Su madre se alejó
con ella para limpiarla y curarle los raspones de los brazos y rodillas. Sé que
quizás debí acompañarla, pero tenía el
corazón partido en mil pedazos, y sentía una enorme vergüenza de mirarla a la
cara. Lo mejor era alejarme, y regresar en otro momento, cuando la niña
hubiera olvidado todo y me dejara tomarla entre mis brazos, como estaba
deseando desde hace tanto tiempo.
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