Estaba loca, joder, estaba loca. Tenía en su cabeza una locura preciosa. ¿Cómo no iba a perder la puta razón por ella? (Elvira Sastre)

May 16, 2013

Era sólo un juego...

Ella tenía los ojos vendados como parte de un juego escolar y era guiada por su amiga. Le pidió que no se atreviera a llevarla con él. Sabía muy bien que eso es lo que estaba pensando y por eso le advirtió no hacerlo. Escuchó unas voces que les llamaban y caminaron juntas hacia allá. No renegó porque jamás hubiera imaginado quiénes eran. Pero no aguantó más, hizo trampa, abrió los ojos y miró el suelo por debajo de la venda. Su corazón dejó de latir. Vio esos zapatos y supo quién era. Se puso nerviosa, pero pudo controlarse, el hecho de no ver nada le ayudaba en mucho.
Su corazón volvió al ritmo acelerado de siempre cuando él tomo su mano. La acarició suavemente y la dirigió hacia su pecho. Y entonces el mundo se detuvo por completo, no había ruido, no había aire, no había nada… Ella sólo podía escuchar los latidos de su corazón en sus oídos, y los de él retumbándole en la palma de la mano. Por supuesto, los suyos sobrepasaron el límite, la comparación con el colibrí se quedaba corta.
El chiste del juego era que ella adivinara quién era la persona frente a ella, pero ya lo sabía. No podía confundir aquellos zapatos. Pero fue lista, no dijo nada porque si lo hacía sabía que él se iría. Todo era un juego, claro, pero estaban cerca, estaban juntos. Juntos y tomados de la mano. No con ese sentido, pero ¡qué importaba!, de otra manera jamás hubiera tenido una oportunidad así.
Pero entonces, todo terminó. Después de darle muchas vueltas, ella fingió adivinar que era él. Y él se marchó. Y ella fue feliz durante poco más de diez minutos. La alegría, las mariposas en el estómago y las ganas de gritar de emoción, duraron muy poco. Ella cayó en la realidad de que aquello en realidad no era nada, sólo era algo que pasó, un emocionante momento para ella, pero para él nada. Porque después de eso todo seguiría igual. En muy raras ocasiones un hola, y casi todos los días, indiferencia, un vacío en el estómago.
Y muy aparte de todo, algo la inquietó. ¿Por qué necesariamente aquél chico tuvo que ponerle la mano en su pecho? ¿Por qué no sólo dejó que ella le tocara el rostro, el cabello, o algo así? Habiendo tantas maneras de conseguir reconocerle, ¿por qué optó por esa? Sería bueno saberlo, preguntar… pero a veces es mejor no conocer el por qué de las cosas. A veces es mejor sólo quedarse con el bonito recuerdo y dejar de buscar una razón lógica…

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