Estaba loca, joder, estaba loca. Tenía en su cabeza una locura preciosa. ¿Cómo no iba a perder la puta razón por ella? (Elvira Sastre)

Jul 13, 2012

Porque siempre le falta valor

Aquella tarde, se vieron frente a frente en una parada de autobús. Ella se había prometido a si misma que si alguna vez en todo ese largo tiempo volvía a encontrárselo, lo diría todo. Confesaría hasta el último suspiro que había sido provocado por esa sonrisa y por esa mirada.
Y aquella tarde llegó inesperadamente, y sobre todo, demasiado rápido. Tan rápido que ni siquiera tuvo tiempo de formular la mejor manera para saludarle. Pero la inseguridad no necesitaba de tiempo para aparecer y adueñarse de su cuerpo, por eso instantáneamente pudo sentir cómo se ponía pálida de la impresión y cómo le temblaban las piernas de los nervios.
Si hubiera sabido que lo vería aquella tarde, se habría puesto su falda más bonita y se habría esforzado un poco en arreglar su cabello. Pero no, todo se había dado inesperadamente, por obra del destino, de las estrellas fugaces, de los dientes de león, o quizás simplemente por casualidad; pero dicen que la casualidad no existe, que sólo existe lo inevitable. Fuera como fuera, le tenía ahí, frente a ella.
Así que sin más, le saludó y esbozó una sonrisa tímida. Él se acercó sin pensarlo y le regaló un beso en la mejilla. Un beso que habría sido tan perfecto si no hubiera estado tan preocupada en que él no llegase a escuchar los latidos de su corazón, pues a ella le retumbaban en los oídos.
Le pasó más de mil veces por la cabeza cumplir su promesa y confesárselo todo. Se repitió unas mil veces más en que debía hacerlo ya, que no volvería a tener una oportunidad como esa. Sí, entre más lo pensaba, más le gustaba la idea, pero le faltaba valor.
El silencio envolvió la situación. Un silencio en el que su mirada se moría de ganas por mirarle fijamente y no hacer otra cosa más que eso, pero también le faltaba valor.
Agachó el rostro, tomo aire, y se limitó a decir: “¿cómo estás?” Se limitó a iniciar una conversación común para ignorar lo que su corazón le decía a gritos. Él sabía que eso no era lo que ella realmente trataba de decir, sabía perfectamente que aquél nerviosismo tan obvio significaba algo, o si no, qué era exactamente lo que significaba que alguien te dijera “tienes una sonrisa muy linda” sin ningún motivo. Él lo sabía, ¡claro que lo sabía! Pero por supuesto que no obligaría a esa chica a decirlo si no era lo que ella quería. Por eso, tomó el rumbo de la conversación que ella había iniciado.
Unas cuantas palabras intercambiadas y el autobús apareció. Sabía que eso significaba que todo había terminado, que aunque tomaran el mismo transporte, la oportunidad se había perdido para siempre. Subió al autobús y se resignó a sentarse en el primer asiento vacío que encontró. Y se limitó a sonreírle por última vez y a agitar suavemente la mano diciéndole “adiós”, mientras veía como el chico de sus sueños se alejaba y se sentaba en un lugar diferente, lejos de ella. Y pensó en su enorme estupidez, y se llenó de coraje, un coraje tan amargo que sintió ganas de vomitar. Una vez más, había desaprovechado una gran oportunidad, ¿y todo por qué? Porque siempre le faltaba valor.

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