A orillas de mi cama me
senté y pensé en ti. Pero no te lloré.
Y saqué todas tus cartas
de mi monedero, y no te lloré.
Y escondí tu foto detrás
de la de alguien más, y no te lloré.
Y borré todas tus fotos de
mi teléfono, y no te lloré.
Y le quité la marca de
favorito a tu nombre en las redes sociales, y no lloré.
Y me deshice de esa tonta
promesa de “en un futuro estaremos
juntos”, y no lloré, al contrario, sonreí.
–Ya
no hay nada de ti en mí –escribiste.
¿Recuerdas aquél día? Pues
desde ese día. Tu noticia cayó como balde de agua fría, pero tampoco te lloré.
Ya estamos de acuerdo, ya no hay de ti en mí desde aquél día. Tú ya ni siquiera
eres tú, y yo ya no soy yo. Nosotros, los
de entonces, ya no somos los mismos.
Iniciaste una nueva vida con
alguien más, como bien me dijiste, y la verdad es que yo también. Ya no te
pertenezco. Y es bonito. Y está bien. De aquél amor sólo quedan recuerdos, y lo
admito, a veces pienso en ellos, pero ya no me tocan más.
No sé ni siquiera para qué te escribo. Me curaste, a la mala, pero me curaste.
No sé ni siquiera para qué te escribo. Me curaste, a la mala, pero me curaste.
Ojalá
que te vaya bonito.
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